jueves, octubre 27, 2005

Fango en la autopista

Fango en la autopista.

Las 3 de la mañana, una bolsita de té se ahoga en el agua hirviendo; los acróbatas de cuello de cisne han terminado su acto. La oscuridad se alarga como un plástico, guante en la mano de la enfermera, que con un bisturí concluye la autopsia de un murciélago; el resto de la madrugada es un cigarro apagado en un plato. Mañana el miedo se irá con el olor de un café negro.
En ese cuarto la nostalgia es un ovillo de gusano, un pavor al asiento del auto, una blusa blanca cosida a tu espalda. No es la primera vez que me niegan una pieza. Vuelvo a la cama. Las demacradas sombras se desploman en el ombligo de un muerto.
Tú, calavera oculta bajo la falda del otoño, te escondes de mi mano.
Se cierran mis ojos, no duermo, le temo a la eterna pesadilla de ver rostros en las paredes, en las puertas, en las alfombras, incluso a veces en los rostros de la gente, en sus caras de payaso.
Melancolía de mosca en el fango de una autopista vacía.
A veces te extraño, porque no hay quien acaricie al perro o quien me clave un cuchillo por la espalda mientras asomo por el ojo de la aguja.

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