sábado, agosto 13, 2005

Dorothy y el hombre de hojalata.

Se fueron abriendo tus labios; afuera todo se detiene, los autos, los niños, incluso el semáforo de la avenida. A lo lejos el sol se consume dejando tiras naranjas en el horizonte.
¿Nos volveremos a ver?, susurras cuando mi lengua te lo permite y yo no contesto, soy un loco condenado a buscarte a ciegas. Me aferro a tu rostro, te beso como si fuera la última vez y es la última, lo sé.
Mientras tus uñas se anidan en mi espalda, me vas marcando los dientes en mi hombro, pero nada importa; la vida es un dolor continuo.
Después de ese minuto cero, todo cambio de rumbo.
Las horas se clavaron en los muebles, mientras yo, cobijado en tu vientre, veo como los relojes mueren en los dedos de tus pies, ¿cuan perverso se puede ser en el preciso instante en que te veo con un hilo de sangre en el dorso y un cuchillo clavado en el pecho?
Horas mas tarde las avenidas se llenan, lucen vacíos los cines, los barcos arden en la playa; en la esquina, el hombre de hojalata golpea sus tacones, mientras espera con ansia buscar su corazón, en el pecho de otra Dorothy.

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